Mientras la
gente vive asfixiada ante una realidad social que se nos ha escapado de las
manos, al permitir que haya en Ceuta familias sin ningún tipo de ingresos
económicos o con millones de trabas para acceder a los recursos, existen personas dedicadas al mundo de la
política que la mancha, la menoscaba, y la mancilla. Son personas que han
convertido la política en un cortijo de intereses personales, poderío y
egoísmo. Estas personas, capaces de mercadear con la política, inducen a que la
gente haya perdido la confianza en ella a pesar de saber que ésta es necesaria
y primordial. La política es el arte del buen Gobierno y Gobernar no tiene nada
que ver con la obsesión de ocupar un cargo. Gobernar es dirigir todos los
esfuerzos hacia un mejoramiento social en igualdad de condiciones, es servir a
la sociedad, es estar las 24 horas del día a disposición de quienes confiaron
en ti. En cambio, últimamente aumenta la lista de quienes hacen de la política
un sustento de vida y no el soporte para cambiar la vida.
Nuestra vocación
inquebrantable por la defensa de la democracia como un valor igualitario nos conduce
a mostrar la máxima determinación y exigencia con nuestros cargos públicos.
Nuestra defensa incondicional del principio de igualdad y de defensa del Estado
del Bienestar nos hace incrementar nuestro compromiso con vigilar el
cumplimiento estricto de cada línea del presupuesto de toda institución pública
y la determinación en la exigencia de responsabilidades políticas. La
austeridad es un valor en alza en tiempos de crisis, pero es además un valor
progresista, como así lo es evitar distanciamiento con la ciudadanía y una
imagen del poder que tiene que ver más con la opulencia y la autoridad que con
la dignidad que otorga el honor de representar a la gente. El comportamiento
totalitario que exhiben no pocos cargos, las amenazas a discrepantes, la compra
de voluntades y el uso partidista e individual de los recursos públicos,
incluso cuando se hace con apariencia de legalidad, no tiene cabida en nuestra
vocación de servicio público y de construcción de una sociedad del bienestar
útil a la ciudadanía. Erradicar esta práctica es salvar la democracia.
Y sí, se me
viene a la cabeza el Reglamento de la Asamblea recientemente aprobado que,
aunque ha dado algo para hablar y debatir, he visto pocas quejas públicas y
casi ningún gesto visible que avale un rechazo frontal, a pesar de que los
partidos de la oposición, salvo ciudadanos, lo votaran en contra. Así que, quienes
respalden este documento o no hacen nada para modificarlo son los que montan en
el burro de la noria dando vuelta sin cesar con rodeos y más rodeos.
Recortar en
fiscalización limitando el número de intervenciones de la oposición; anular la
verdadera participación ciudadana que no ha tenido ni la opción de conocer el
borrador y aportar ideas sobre cómo quieren que la Asamblea gestione sus
necesidades e inquietudes; saltarse la legalidad judicial y moral al incluir Viceconsejeros
no electos, subir los sueldos de una manera desorbitada mientras bajan en el
resto de España, profesionalizar un escaño y, sobre todo, permitir cobrar a
quienes no van a los plenos , es cuanto menos denigrante para el resto de los
mortales.
Pero como hay que seguir creyendo en la utopía, esperaremos el día en el que quienes nos representan
rindan cuentas y saquen sus agendas públicas, quizás entonces sí podamos juzgar
realmente sus dietas, sus monopolios, unos privilegios a los que invito a
renunciar. Mientras, habrá que acostumbrarse a que, muy a nuestro pesar, la
defecación por la política aumentará.
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