Cuando vives intensamente la política caes en el error de olvidar aquello
por lo que merece la pena dedicar parte de tu vida, mi trabajo. Nunca hablo de
él, pero hoy creo que es justo dedicar unas cuantas palabras a ese alumnado que
enamora, a esas familias que demuestran cada día lo duro y gratificante que es
convivir con una persona con algún tipo de diversidad funcional y, sobre todo,
a esos profesionales que dignifican una labor olvidada por la mayoría.
Pobres de aquellas personas que no quieren compartir su día a día con este
alumnado. Siempre he dicho que la inclusión aporta muchos más beneficios que
perjuicios. El miedo a lo diferente nos cierra los ojos ante un derecho que, en
vez de asumirlo y defenderlo, olvidamos y anulamos. Sería gratificante ver a
los colegios de Ceuta hacer cumplir la Ley y mucho más fructuoso sería saber
que nuestros representante hacen una inversión real para ello. Los recursos son
importantes, cierto, pero la actitud lo es mucho más.
Mi hija ha experimentado la vivencia de compartir muchos momentos con estos
niños y estas niñas “espaciales” y eso la convierte en mucho más “especial”.
Tolerancia, respeto, diversidad, capacidad de superación, inocencia, y así
hasta una infinidad de valores que nos regalan diariamente. Yo aprendo de
ellos, y me encantaría que todo el mundo lo hiciera.
Pero no, seguimos con la idea de los compartimentos cerrados y del mundo de
la competencia y el ritmo burocrático por encima de la socialización y la
felicidad. Preferimos marcar un ritmo, seguir la corriente del orden
establecido y la ceguera ante la adaptación y la accesibilidad.
Quizás es una utopía, pero estoy segura que quien se sienta al lado de un
alumno o una alumna con una necesidad educativa específica aprende más, por lo
menos a mirar la vida con otro color.
Y llegó el día, la gran función. El colegio San Antonio salió al escenario
a brillar el Revellín. Parece mentira que, por un momento, nos demostraran que
todo es posible. El Gobierno de Ceuta tendría que hacer un examen de
conciencia. Ellos son los culpables de construir un anfiteatro inaccesible, y
mi colegio el causante de demostrar que el arte también va con ellos.
Risas, llantos, nervios, y muchas horas de trabajo para hacer feliz a estos
niños y a sus familiares. Y una lección, por muchos asesores que se tengan y
categoría que te ofrezca una consejería, si no tienes empatía seguirá pasando
lo que ocurre en Ceuta, la inacción.
El otro día, el alumnado de San Antonio demostró que con poco son más
capaces de hacer soñar que todo un ayuntamiento.
El Revellín se puso en pie y, a pesar de los fallos técnicos de luces y
sonidos provocados por los responsables del anfiteatro, que no se deberían de
permitir, los aplausos contagiaron de lagrimas las ilusiones y la esperanza de
que si se quiere, se puede.
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